viernes, 29 de marzo de 2013

CLEOPATRA VII DE EGIPTO




Última reina de Egipto, perteneciente a la dinastía de los Lágidas o Ptolomeos (Alejandría, 69 - 30 a. C.). Hija de Ptolomeo XII, fue casada con su propio hermano Ptolomeo XIII, con quien heredó el Trono en el año 51 a. C. Pronto estallaron los conflictos entre los dos hermanos y esposos, que llevaron al destronamiento de Cleopatra.


Sin embargo, su suerte cambió al llegar hasta Egipto las luchas civiles de Roma: persiguiendo a su enemigo Pompeyo, Julio César fue a Egipto y tomó partido por Cleopatra en el conflicto con su hermano. Durante la llamada «Guerra Alejandrina» (48-47 a. C.) murieron tanto Pompeyo como Ptolomeo XIII y tuvo lugar el incendio de la legendaria Biblioteca de Alejandría, que se perdió para siempre.


Cleopatra fue repuesta en el Trono por César, que se había convertido en su amante (46 a. C.); y contrajo matrimonio de nuevo con su otro hermano, Ptolomeo XIV, a quien manejó a su antojo. Cleopatra trató de utilizar su influencia sobre César para restablecer la hegemonía de Egipto en el Mediterráneo oriental como aliada de Roma; y el nacimiento de un hijo de ambos -Ptolomeo XV o Cesarión- parecía reforzar esa posibilidad.


Tras el asesinato de César en el 44 a. C., Cleopatra intentó repetir la maniobra seduciendo a su inmediato sucesor, el cónsul Marco Antonio, que por aquel entonces luchaba con Augusto por el poder (36 a. C.). Cleopatra y Antonio impusieron su fuerza en Oriente creando un nuevo reino helenístico capaz de conquistar Armenia en el 34.


Entonces estalló la «Guerra Ptolemaica» (32-30 a. C.), por la que Augusto llevó hasta Egipto su lucha contra Antonio. El enfrentamiento definitivo tuvo lugar en la batalla naval de Actium (31), en la que la flota de Antonio fue derrotada fácilmente al abandonarle los egipcios. Marco Antonio consiguió huir y refugiarse con Cleopatra en Alejandría; cuando las tropas de Augusto tomaron la ciudad, Antonio se suicidó.


Cleopatra intentaría aún, por tercera vez, seducir al guerrero romano -en esta ocasión Octavio Augusto- para salvar la vida y el Trono; pero Augusto se mostró insensible a sus encantos y decidió llevarla a Roma como botín de guerra. Ante tal perspectiva, Cleopatra se suicidó por el procedimiento ritual egipcio de hacerse morder por un áspid. Augusto aprovechó la circunstancia para asesinar también a su hijo Cesarión, extinguiendo así la dinastía ptolemaica y anexionando Egipto al Imperio Romano.

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Fragmento sobre Cleopatra de Colleen McCullough en su obra “César”:


Cleopatra había ascendido al trono a los diecisiete años de edad, y ahora tenía ya casi veinte.
Los dos años de su reinado habían estado cargados de éxitos y peligros: primero la gloria de
bajar por el Nilo en aquella enorme barcaza dorada con la vela granate bordada en oro; los egipcios
nativos se postraban ante Cleopatra mientras ella permanecía de pie con su hermano y también
marido de nueve años a su lado (pero un peldaño más abajo). En Hermontis le habían llevado el
toro Buchis, famoso porque los rizos de su largo pelo sin tacha crecían al revés; Cleopatra, ataviada
con las galas solemnes de faraón pero sólo con la corona del Alto Egipto, estaba en su bajel, que
flotaba entre un mar de barcazas cuyas cubiertas se encontraban alfombradas de flores. El viaje
junto a las ruinas de Tebas hasta la primera catarata y la isla Elefantina, para estar en el primero y
más importante nilómetro el mismo día en que las aguas crecidas predecirían la altura final de la
inundación.

Cada año, al principio del verano, el Nilo crecía misteriosamente, desbordaba sus márgenes
y extendía una capa de barro negro y espeso repleto de nutrientes sobre los campos de aquel
extraño reino, una capa de mil cien kilómetros de longitud pero de sólo siete u ocho de anchura,
excepto en el valle de Ta-she, en el lago Moris y en el delta. Había tres clases de inundación: el
codo de la saturación, el codo de la abundancia y el codo de la muerte. Medidos en nilómetros,
había una serie de pozos graduados excavados a un lado del poderoso río. La subida de su nivel
tardaba un mes en recorrer la distancia existente entre la primera catarata y el delta, que era por lo
que la lectura del nilómetro de Elefantina era tan importante: avisaba al resto del reino de qué clase
de inundación experimentaría aquel verano. En otoño el Nilo iba retrocediendo hasta quedar dentro
de sus márgenes, lo que dejaba el suelo profundamente regado y enriquecido.


Aquel primer año de su reinado la lectura había sido baja en el codo de abundancia, un buen
augurio para un nuevo monarca. Cualquier nivel por encima de treinta y tres pies romanos estaba en
el codo de la saturación, lo cual significaba una inundación desastrosa. Cualquier nivel entre
diecisiete y treinta y dos pies romanos estaba en el codo de la abundancia, lo cual significaba una
inundación buena; el nivel ideal de la inundación eran veintisiete pies romanos. Por debajo de
diecisiete pies yacía el codo de la muerte, cuando el Nilo no crecía lo suficiente para desbordar sus
márgenes y el resultado inevitable era la hambruna.


Aquel primer año el verdadero Egipto, el Egipto del río, no el delta, pareció revivir bajo el
gobierno de su nueva reina, que también era faraón... el dios en la tierra que su padre, el rey
Ptolomeo Auletes, nunca había sido. La inmensamente poderosa facción que formaban los
sacerdotes, egipcios nativos todos ellos, controlaban gran parte del destino de los gobernantes
Ptolomeos de Egipto, descendientes de uno de los mariscales de Alejandro el Grande, el primer
Ptolomeo. Sólo cumpliendo los verdaderos criterios religiosos y ganándose la bendición de los
sacerdotes podían el rey y la reina ser coronados faraones. Porque los títulos de rey y reina eran
macedonios, mientras que el título de faraón pertenecía a la impresionante intemporalidad del
propio Egipto. El ankh de faraón era la clave de una sanción más que religiosa, era también la llave
de las inmensas bóvedas del tesoro que había debajo del templo de Menfis, pues estaban bajo
custodia de los sacerdotes y no guardaban relación con Alejandría, donde el rey y la reina llevaban
una vida orientada al estilo macedonio.


Pero la séptima Cleopatra pertenecía a los sacerdotes. Había pasado tres años de su infancia
bajo la custodia de éstos en Menfis, hablaba egipcio formal y demótico y había subido al trono
como faraón. Era la primera de los Ptolomeos de la dinastía que hablaba egipcio. Ser faraón
significaba tener autoridad completa, como una diosa, desde un extremo al otro de Egipto; también
significaba que tenía acceso, sí llegaba a necesitarlo alguna vez, a las bóvedas del tesoro. Mientras
que en una Alejandría no egipcia ser faraón no podía realzar la posición de Cleopatra. Y la
economía de Egipto y Alejandría no dependía del contenido de las bóvedas del tesoro; los ingresos
públicos del monarca alcanzaban los seis mil talentos al año, y los ingresos privados otro tanto. En
Egipto no había nada que fuera propiedad privada, todo iba a parar al monarca y a los sacerdotes.
Y así los triunfos de los dos primeros años de Cleopatra estuvieron más relacionados con
Egipto que con Alejandría, aislada al oeste del Nilo canópico, el brazo más occidental del delta.
También estaban relacionados con un enclave místico de gente que habitaba el delta oriental, la
tierra de Onias, separada y autosuficiente y que no le debía lealtad a las creencias religiosas de
Macedonia ni de Egipto. La tierra de Onias era la patria de los judíos que habían huido de la Judea
helenizada después de negarse a reconocer a un alto sacerdote cismático, y conservaba aún su
ferviente judaísmo. También suministraba a Egipto el grueso de su ejército y controlaba Pelusio, el
otro puerto importante que Egipto poseía en las costas del Mare Nostrum. Y Cleopatra, que hablaba
hebreo y arameo con fluidez, era muy querida en la tierra de Onias.


El primer peligro, el asesinato de los dos hijos de Bíbulo, había conseguido sortearlo bien.
Pero el peligro actual era mucho más serio. Cuando llegó el momento de la segunda inundación de
su reinado, ésta cayó en el codo de la muerte. El Nilo no desbordó sus orillas, el agua fangosa no
fluyó sobre los campos y los sembrados no pudieron asomar sus hojas de un verde vivo por encima
del suelo apergaminado. Porque el sol resplandecía sobre el reino de Egipto todos los días y todos
los años; el agua que daba la vida era el don del Nilo, no de los cielos, y el faraón era la
personificación deificada del río.
















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