(Smyrna, 1967) Actriz estadounidense. Julie Fiona Roberts
nació el 28 de octubre de 1967 en Smyrna, Georgia. Sus padres, Betty y Walter
Roberts, que tenían un modesto taller de teatro e impartían clases de
interpretación, se ganaban la vida, en realidad, él como vendedor de
aspiradoras y ella como secretaria en la archidiócesis católica de Atlanta.
Cuando
se divorciaron, su hermano Eric, de quince años de edad, se fue a vivir con su
padre; mientras que ella, que tenía cuatro, y su hermana Lisa, de nueve, se
criaron al cuidado de su abuela materna, Beatrice, junto a su madre, quien
volvió a formar pareja y les dio otra hermana, Nancy. Por entonces, en 1976, su
padre murió víctima de un cáncer, lejos de sus hijas.
Cursó
sus estudios en la Escuela Primaria Fitzhugh Lee, en la Escuela Secundaria
Griffin y, por último, en el Instituto Campbell, en cuya banda tocaba el
clarinete. Con diecisiete años se fue a vivir a Nueva York con la intención de
estudiar interpretación y seguir los pasos de su hermano Eric, que era ya un
actor secundario muy activo. Sin embargo, una vez allí se vio obligada a
trabajar (cuidó niños, fue camarera en una pizzería, dependienta en una tienda,
entre otras cosas) y no asistió a muchas clases.
Julia
Roberts se introdujo en el mundo del espectáculo gracias a la ayuda de su
hermano, que le conseguía breves papeles en montajes teatrales del off
Broadway, series de televisión (apareció en Corrupción en Miami, Friends y Murphy
Brown) y en algunas películas poco relevantes, como Firehouse, en 1986, y Blood Red, Baja Oklahoma y Satisfaction en 1988, de forma que aprendió el
oficio con la práctica.
La
gran actividad de este último año fue decisiva en este sentido, ya que le dio
la ocasión de un trabajo de mayor calado dramático como el de Mystic pizza(1988), de Donald
Petrie. Fue descubierta en dicho filme por el director Herbert Ross, quien le
ofreció un papel coprotagonista en Magnolias
de acero (1989), pasaporte
para el Globo de Oro y la primera candidatura al Oscar, algo que se repetiría
en 1990 con Pretty woman,
la película que le dio fama mundial.
Desde
ese momento, no dio paso en su vida que no fuera debidamente referido,
exagerado o distorsionado en la prensa especializada. Así, sus relaciones
sentimentales con los actores Liam Neeson, Kiefer Sutherland, Matthew Perry,
Dylan McDermott o Jason Patric fueron la comidilla del ambiente y lectura
obligada en salas de espera y salones de belleza. Se llegó a comentar con una
cierta maledicencia, ya que todos sus novios habían sido compañeros de reparto,
que «Julia hacía de su profesión su vida».
Más
tarde, cuando la oleada de rumores parecía remitir tras su boda con Lyle
Lovett, a quien le presentaron en el rodaje de El juego de Hollywood(1992), el
efímero matrimonio (1993-1995) desató una nueva andanada y pasó a ser tomado
tan sólo como un mero «juego de Hollywood». Nuevamente, a mediados de 2001,
después de cuatro años de relación estable con el actor de origen peruano
Benjamin Bratt -a quien había conocido, cómo no, en un capítulo de la serie Ley y orden, de la que ella era
estrella invitada- la pareja puso fin a su idilio.
Tras
el éxito de Pretty woman,
la película que la convirtió en superestrella, y a pesar de otros grandes
triunfos comerciales posteriores que consolidaron esa condición, en un momento
determinado no dudó en sacrificar buena parte de sus generosos honorarios por
trabajar con realizadores de prestigio, de manera que encadenó a Robert Altman,
Stephen Frears, Neil Jordan y Woody Allen de un tirón.
Este
giro en su trayectoria confirió un toque de distinción a su filmografía, pero
no pareció sensibilizar a los «popes» de la Academia de las Artes y las
Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos a la hora de los premios. Por
encima de reconocimientos y galardones, sin embargo, prevalecía un hecho
irrevocable: Julia Roberts no tenía altibajos en su carrera. E hiciera lo que
hiciera, siempre se mantenía en la cumbre. Convertida en la gran estrella de
Hollywood, Julia Roberts era una actriz adorada y con enorme gancho comercial,
puesto que su solo nombre en los títulos de crédito garantizaba el éxito de
taquilla de cualquier filme.
Una estrella cercana
Podría
afirmarse que Julia Roberts inauguró un nuevo tipo de diva. Una diva natural e
independiente que representaba un sueño tangible para muchas jovencitas. El
glamour estaba en su figura, en los ojos, el pelo, la sonrisa. No necesitaba
más artificio. Su encanto consistía en mostrarse tal como era. Tampoco los
hábitos que afirmaba tener -hacer punto como relajación, practicar gimnasia
para mantenerse, cocinar para sus amigos y tener el queso y la pasta italiana
como comida favorita- la alejaban del gusto común de los mortales. No por nada
era la reina de los People’s Choice Award, premio otorgado a la estrella elegida
por el público y que hasta 2001 había ganado en seis ocasiones.
Erin Brockovich (2000), de de Steven
Soderbergh, le dio la oportunidad de subir un nuevo peldaño en su brillante
trayectoria. Basada en un hecho real, la película cuenta la hazaña de una mujer
agobiada por las deudas, divorciada dos veces y madre de tres niños, sin
estudios universitarios, que logra ganar un juicio imposible contra una gran
empresa por haber contaminado las aguas de todo un pueblo y causado un sinfín
de enfermedades. (La verdadera Erin Brockovich, desde su empleo de secretaria
en un modesto despacho de abogados, logró la mayor indemnización jamás pagada
en Estados Unidos.)
Es decir, la película poseía todos los ingredientes para
resultar un éxito en Estados Unidos y los materiales necesarios para que la
actriz pasara de la corrección y la credibilidad demostrada en diferentes
géneros al vigor dramático. Y de allí a la gloria. Su notable interpretación en Erin Brockovich le valió el Oscar a la mejor actriz:
era lo único que necesitaba para legitimar su posición como máxima figura del
mundo del espectáculo. Aunque contaba con tres Globos de Oro en su currículum y
otras tantas candidaturas al Oscar, Julia Roberts llevaba años intentando
demostrar que, más allá de su belleza y esa sonrisa radiante, que en su país se
reproduce hasta en los quirófanos, valía como intérprete.
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